Thursday, January 8, 2009

Todas las sabidurías ancestrales, apuntan a lo mismo

Encontré este texto, en el blog Barca de Locos. Estaba buscando en formato digital un texto hermoso que leí en un manual de Save the Children, una también hermosa compilación de formas de relacionarse entre personas y (con)textos. Aquí encontré el artículo original, de 1854, donde el Cacique Seattle dijo lo que tenía que decir sobre la íntima interconexión entre hombre y Naturaleza.



Extraído de “Cacique Seattle y otros. Cartas por la Tierra.”

Errepar-longseller, Buenos Aires, 1999.
(Recopilación, selección y notas de Miguel Grinberg)

1.
Sealth (en lengua salish se pronunca See-at-la, Seattle) nació en 1786
y murió en 1866 y JAMáS escribió carta alguna a presidente alguno, en
esa época Franklin Pierce.
2. Fue bautizado Noah por misioneros
católicos franceses como Noah en 1838 que estaban impresionados por su
porte (medía 1.80 cm) y su autoridad, pues era un Tyee, autoridad
suprema en su tribu.
3. En 1854, el gobernador Isaac Stevens,
conocido por su brutalidad contra los indios se presentó en la
incipiente ciudad (hoy Seattle) y fue cuando Sealth dio su
extraordinario discurso.3. Un colono, Dr. Henry Smith, tomó nota del
discurso y lo publicó recién 3 años después, en 1887, en un periódico
local.
4. Durante más de un siglo, su discurso fue tomado como
oración por su gente y fue en 1931 que volvió a ser publicado (basado
íntegramente en el reportaje del Dr. Smith) por Clarence Bagley.
5.
Otra versión, ya "un poco mejorada" fue publicada en 1969 por el poeta
William Arrowsmith -que fue el que le agregó las dos últimas frases-
pues profesaba los ideales contraculturales de los 60´s. La leyó en
público durante un acto estudiantil el 22 de abril de 1970, en el Día
de la Tierra.
6. Entre los muchos asistentes a esta lectura de
Arrowsmith, estaba Ted Perry que creó la versión que todos conocemos en
1972 como texto para la banda sonora de la película Home, producida por
un equipo con tendencias evangelistas, la Southern Baptist Television.
De ahí en adelante se convirtió en leyenda. Ocurre que su trabajo o
encargo era redactar un guión "legendario" sobre ecología y
contaminación ambiental y el texto leído por Arrowsmith le vino de
perlas. Los productores de la película, además, retocaron el texto con
tintes cristianos, muy diferentes a lo que Sealth había dicho casi un
siglo antes.
7. Miles de afiches o volantes con la ya denominada
Carta de Seattle salieron en todas direcciones y jamás se detuvo la
confusión.
8. En noviembre de 1972, la revista Enviromental Action publicó el nuevo texto, titulándolo Carta al presidente Pierce.
9.
Poco después, esta versión fue adoptada en el Consejo Mundial de
Iglesias y el pastor Bruce Kent la llamó casi un Quinto Evangelio.
10.
En 1991, la ilustradora estadounidense Susan Jeffers convirtió esta
"carta" en el libro Hermano águila, Hermana Cielo y vendió millones de
copias, que hoy están en las bibliotecas de todo EEUU.
11. La frase
nuestro Dios es el mismo Dios la agregaron los bautistas, se queja
Perry, hoy maestro de cine y teatro en Nueva Inglaterra.


TEXTO ORIGINAL DEL DISCURSO U "ORACIÓN" DE SEALTH, publicada en el Seattle Sunday Star, el 29 octubre de 1887:

Que
el cielo que lloró lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante siglos
mudos, y que para nosotros luce como inmodificable y eterno, pueda
cambiar. Hoy el día está bueno. Puede ser que mañana aparezca cubierto
con nubes. Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. En lo
que Seattle diga, puede fundarse el Gran Cacique, Washington, con tanta
certeza como puede hacerlo en el retorno del sol o de las estaciones.
El
jefe blanco nos dice que el Gran Cacique Washington nos envía saludos
de amistad y buena voluntad. Esto es gentil de su parte, pues sabemos
que tiene poca necesidad de nuestra amistad a cambio. Mis gentes son
pocas. Parecen árboles dispersos en una planicie barrida por la
tormenta. El Gran -y yo presumo- buen Cacique Blanco, nos manda decir
que quiere comprar tierras nuestras pero que desea permitirnos la
suficiente para que podamos vivir confortablemente. Sin duda, esto
parece justo, y hasta generoso, pues el Hombre Piel Roja ya no tiene
derechos que él necesite respetar, y la oferta podría ser sabia,
también, pues ya no necesitamos un país tan extenso.
Hubo una época
en la que nuestro pueblo cubría la tierra como las ondas con que un mar
rizado por el viento cubre su fondo revestido de conchillas, pero esa
época pasó hace mucho tiempo, y la grandeza de las tribus no pasa ahora
de ser un recuerdo luctuoso.
No ostentaré ni lamentaré nuestra
prematura decadencia, ni haré reproches a mis hermanos carapálidas por
acelerarla, pues también nos cabe a nosotros una parte de la culpa.
La
juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enfurecieron por una
injusticia real o imaginaria, y desfiguraron sus rostros con pintura
negra, ello denotó que sus corazones son negros, que a menudo son
crueles e implacables, y que nuestros ancianos y ancianas no son
capaces de refrenarlos.
Así ha sido siempre. Así ocurrió cuando el
hombre blanco empezó a empujar a nuestros antecesores hacia el Oeste.
Pero tengamos la esperanza de que las hostilidades entre nosotros jamás
retornen. Tenemos todo para perder y nada para ganar.
Cierto es que
la venganza, para nuestros bravos jóvenes, es considerada una victoria,
aun al precio de sus propias vidas. Pero los ancianos que permanecen en
sus casas en tiempos de guerra, y las ancianas que tienen hijos para
perder, saben mejor la cosa.
Nuestro gran padre, Washington, pues
supongo que ahora es también nuestro padre así como lo es de vosotros,
puesto que George (se refiere al rey Jorge de Inglaterra) ha mudado sus
fronteras hacia el Norte, digo, nos manda decir por su hijo -quien, sin
duda, es un gran jefe entre su gente- que si actuamos como él desea, va
a protegernos.
Sus bravíos ejércitos serán para nosotros un erizado
muro de fortaleza, y sus grandes buques de guerra llenarán nuestros
puertos para que antiguos enemigos del Norte, los Simsiams y los Hydas,
no aterroricen más a nuestras mujeres y a nuestros mayores. Entonces,
él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. ¿Pero esto podrá
acontecer? Vuestro Dios ama a su pueblo y odia al mío. Envuelve
amorosamente con sus poderosos brazos al hombre blanco y lo conduce así
como un padre conduce a su hijo pequeño, pero se ha olvidado de sus
hijos de piel roja.
Cada día hace que su pueblo se vuelva más fuerte
y muy pronto ellos llenarán la tierra, mientras la marea de mi gente
retrocede a gran velocidad y nunca refluirá de nuevo.
El Dios del
hombre blanco no puede amar a sus hijos pieles rojas, pues si no los
protegería. Parecen ser como huérfanos y no tienen hacia dónde procurar
auxilio. Entonces ¿cómo es que podemos ser hermanos? ¿Cómo puede
vuestro padre volverse nuestro padre y traernos prosperidad y estimular
en nosotros sueños de una grandeza que regresa? A nosotros, vuestro
Dios nos parece parcial. El advino para el hombre blanco. Jamás Lo
vimos: nunca siquiera escuchamos Su voz. él le dio leyes al hombre
blanco pero no tuvo palabra alguna para sus hijos pieles rojas cuyos
rebosantes millones llenaban este vasto continente así como las
estrellas llenan el firmamento. No, somos dos razas diferentes y
deberemos seguir así para siempre. Hay poco en común entre nosotros.
Las cenizas de nuestros antepasados son sagradas, y su lugar final de
reposo es el suelo consagrado; mientras vosotros deambuláis lejos de
las tumbas de vuestros padres, aparentemente sin lamentarlo.
Vuestra
religión fue escrita sobre tabletas de piedra por el dedo de hierro de
un Dios iracundo, y con miedo de que vosotros lo olvidéis, el hombre de
piel roja no podrá nunca recordarlo ni comprenderlo.
Nuestra
religión consiste en las tradiciones de nuestros antecesores y en el
sueño de nuestros ancianos, dada a ellos por el Gran Espíritu y las
visiones de nuestros caciques, y está escrita en los corazones de
nuestro pueblo.
Vuestros muertos dejan de amarles y de amar los
hogares de su natalicio cuando traspasan los portales de la tumba.
Deambulan lejos, más allá de las estrellas...pronto son olvidados, y
jamás regresan. Nuestros muertos nunca olvidan el hermoso mundo que les
dio su ser. Siguen amando sus ríos sinuosos, sus grandes montañas y sus
valles apartados, y siempre añoran con tierno afecto a los vivientes de
corazón solitario, y a menudo regresan para visitarlos y reconfortarlos.
El
día y la noche no pueden morar juntos. El hombre de piel roja jamás
rehuyó la proximidad del hombre blanco, mientras las cambiantes brumas
de las laderas de las montañas se esfuman ante el ardiente sol de la
mañana. Sin embargo, vuestra propuesta me parece justa y pienso que mi
gente va a aceptarla y se retirará a la reservación que les ofrece,
donde viviremos apartados y en paz, pues las palabras del Gran Jefe
Blanco parecen ser la voz de la naturaleza hablándole a mi pueblo desde
la espesa tiniebla que velozmente se acumula alrededor de ella como una
densa neblina que flota tierra adentro desde el mar a medianoche.
Importa muy poquito dónde pasaremos el resto de nuestras vidas, porque
ya no somos muchos.
La noche del Indio promete ser oscura. Ninguna
estrella brillante asoma sobre el horizonte. Vientos de voz triste
gimen a la distancia. Alguna fea Némesis (justicia o venganza) de
nuestra raza se encuentra en la huella del piel roja, y donde quiera
que vaya escuchará con seguridad cómo se aproximan los pasos de la
fuerza destructora y se preparará para encontrarse con su perdición,
así como el gamo herido oye que se acercan los pasos del cazador.
Algunas pocas lunas más, algunos pocos inviernos más, y ninguno de
todos los poderosos huéspedes que alguna vez llenaron esta inmensa
tierra y que ahora vagan en bandadas fragmentarias por las vastas
soledades permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo alguna
vez tan poderoso y tan esperanzado como el vuestro.
¿Pero por qué
deberíamos afligirnos? ¿Por qué debo yo murmurar sobre la suerte de mi
pueblo? Las tribus están hechas de individuos y no son mejores de lo
que ellos son. Los hombres vienen y van como las olas del mar. Una
lágrima, una mortaja, un funeral, y se van de nuestros anhelantes ojos
para siempre. Hasta el hombre blanco, cuyo Dios caminó y conversó con
él, de amigo a amigo, no está eximido de este futuro común. Tal vez
seamos hermanos, después de todo. Ya lo veremos.Estudiaremos vuestra
propuesta, y cuando tomemos una decisión, la comunicaremos. Pero en
caso de que la aceptemos, aquí y ahora establezco esta primera
condición: que no se nos negará el privilegio, sin ser molestados, de
visitar a voluntad las tumbas de nuestros antecesores y amigos. Cada
porción de este país es sagrada para mi pueblo. Cada colina, cada
valle, cada llanura y cada arboleda ha sido reverenciada por algún
recuerdo afectuoso o por alguna experiencia triste de mi tribu.
Hasta
las rocas que parecen yacer como idiotas mientras se achicharran bajo
el sol a lo largo de las costas del mar con solemne grandeza, se
estremecen con recuerdos de eventos pasados conectados con el destino
de mi pueblo, y el mismísimo polvo bajo vuestros pies responde más
amorosamente a nuestras pisadas que a las vuestras, porque son las
cenizas de nuestros antepasados, y nuestros pies descalzos están
conscientes del roce benévolo, pues el suelo está enriquecido con la
vida de nuestros parientes.
Los difuntos guerreros, las afables
madres, las muchachas de corazón alegre, y los niños que vivieron y se
regocijaron aquí, y cuyos nombres propios ahora se olvidaron, todavía
aman estas soledades, y su honda rapidez en el crepúsculo crece
sombríamente con la presencia de espíritus morenos.
Y cuando el
último piel roja haya sucumbido en la tierra y su memoria entre los
hombres blancos se haya vuelto un mito, estas costas tendrán enjambres
de los invisibles muertos de mi tribu, y cuando los hijos de vuestros
hijos se crean solos en el campo, en la tienda, en los negocios, por
los caminos o en el silencio de los bosques, no estarán solos. En
ningún lugar de la tierra hay sitio alguno dedicado a la soledad. De
noche, cuando las calles de vuestras ciudades y aldeas estén
silenciosas y piensen que están desiertas, se hallarán atestadas por
huéspedes que regresan, los que alguna vez colmaron y todavía aman esta
hermosa tierra. El hombre blanco jamás estará solo. Dejemos que sea
justo y trate bondadosamente a mi pueblo, pues los muertos no son
impotentes...
¿Muertos, dije? No existe la muerte: se trata apenas de un cambio de mundos....

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