Friday, April 25, 2008

Serie de cuentos perdidos

Cuentos Cortos
Serie Aunque Ud. lo Crea.

Longevos de la Biblia.

Cuando de niño me contaron que hace muchos años atrás hubieron hombres y mujeres que vivían 150, 300, 900 años, lo creí. Me parecía lo más normal si uno se cuidaba. A los meses murió mi primer perrito, y vi un pajarito muerto en el jardín de mi casa, y vi cómo otros niños mataban insectos en el recreo del colegio. La muerte se hizo algo más cercana, y aprendí a contar hasta 100, por lo que sabía que 900 era un número enorme. Especialmente ahora que la muerte irrumpió en mi vida en forma de bichitos aplastados por bichos de mi clase de primer grado de primaria.
Un día cualquiera, en el sur de Argentina, conocí a un hombre de 487 años de edad. Parecía de 300 sí. Venía de una familia muy antigua. Sus hijos, igual lonjevos, estaban esparcidos por el mundo, y eso, lo entretenía mucho. La vida de este hombre, Rubén Eratóstenes, eran sus hijos. Como todos se fueron para forjar su propia suerte, él encontró en mi un amigo sempiterno. No sé qué significa sempiterno, pero me gustaba cuando él lo decía. El era el portero de mi escuela, y me acompañaba en la puerta hasta que mi madre pasara a buscarme.
Un día, que mi madre se demoró un poco, yo no dejaba de sonarme la nariz, repleta de mocos de verano. El me habló usando palabras gentiles y me dijo, una sola e irrepetible vez, que para vivir mil años sólo bastaba con evitar soplarse la nariz. Yo seguía exprimiendo mis fosas nasales. Sólo te lo diré una vez, sentenció. Hoy cumplo 488 años, y mi único secreto radica en evitar a toda costa la expulsa de mocos soplando la nariz. Luego me regaló una moneda napolitana de fines del siglo XVII, y agregó, No se lo digas a nadie.

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