Me pasó a principios de año. Soñé que tenía un fajo de billetes en el bolsillo de mi camisa, y se lo entregaba sin duda alguna a una persona. Recordé el sueño, la imagen de dar sin dudar, como si fuera un gesto natural, como dar la mano o apuntar con el dedo índice a dónde uno quiere ir. Pasó el tiempo, y estba en Puqui, un pueblito que cultiva quinua en el altiplano. Mientras observaba y participaba en una actividad educativa, en la casa de Dania, vi a su padre pintando unas máquinas. Me acerqué y le pregunté qué eran las máquinas azules. Son para limpiar la quinua y sacarle su chala, me dijo, usando otras palabras. Cuánto cuesta una máquina así? Mil bolivianos cada una, respondió. En automático, y sin poderme resistir a los movimientos que salían de mí, mi mano derecha fue hacia el bolsillo izquierdo de mi camisa, y tenía allí mil bolivianos. Se los di. Compré una máquina para procesar quinua. Qué estoy haciendo?, me decía a mí mismo. Por qué no puedo evitar decir lo que estoy diciendo? Acaso me sobran 1000 bolivianos? Sí, ese día, me sobraban 1000 bolivianos. Se los entregué y le dije que por favor donara la máquina, a nombre de él y no mío a la escuela del pueblo. Le pedí que no me mencionara.
Mi acción de dar no fue planificada, ni precipitada, sólo fue. Y no me provocó ni dolor, ni remordimiento, ni siquiera gran orgullo. Era lo que quería hacer, como un deber voluntario. No me sentí alegre, ni triste. Me sentí, tranquilo. Sentí que hice lo correcto, aún sin saber qué era lo correcto hacer.
Mi acción de dar no fue planificada, ni precipitada, sólo fue. Y no me provocó ni dolor, ni remordimiento, ni siquiera gran orgullo. Era lo que quería hacer, como un deber voluntario. No me sentí alegre, ni triste. Me sentí, tranquilo. Sentí que hice lo correcto, aún sin saber qué era lo correcto hacer.
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