Existen muchas instituciones que luchan contra la pobreza en el mundo. Hace pocos meses atrás, Juan Colque, un campesino de Sorata me explicó como se corta la pobreza en Bolivia. No le creí. Mentiroso el hombre, decía por dentro. Hasta que a los pocos días, temprano de madrugada con el sol queriendo asomarse, Don Juan me llama. Yo le había dicho que me visite cuando quiera. Que "me visite cuando quiera". Y sí, me visitó. El pequeño hombrecito de abarcas y pies de cuero y uñas gruesas, anticipándose a mi sorpresa e incomodidad, apenas lo hice pasar, en silencio, prendió un fuego y me mostró cómo se prepara y luego me invitó una infusión. LA infusión. Elaborada con una mezcla de cal y agua de una gruta de su zona, y una planta de la que llevo algunos especímenes. Al terminar de preparar la infusión sólo dijo, "voy a cumplir 87 años". Mostró sus dientes blancos y enteros, sin caries. Me mostró su estómago liso y magro, mientras le daba golpes de puño. Abrió grande sus ojos y con sus dedos índice se tocada los párpados sin ojeras y la zona donde debería haber patitas de gallo. Agarró dos mechones de su cabellera totalmente negra y los jaló con fuerza, y mostró sus palmas vacías. Saltó con sus dos piernas juntándolas en el aire, alto y varias veces. Comenzó a inhalar despacio, mientras yo sentía interminable su capacidad para poner aire en sus pulmones.
La pava (caldera) ya hirvió, y con su dedo índice doblado como agarrando una tasa invisible, me hizo señas para que tome el preprado. Me ofreció su mano en señal de saludo, y al darle la mía la agarró con sus dos manos. Aún siendo mi mano mucho más grande que la de él, sentí un breve y severo apretón que no pude contrarrestar. Hizo otra vez la seña para que tome la infusión, y se fue.
A los minutos de probarla, tuve que correr al monte para lo que presentía iba a ser una diarrea aturdidora. Grande fue mi sorpresa mientras retorcía cuando, de pronto, escucho un trueno espantoso salir de mis entrañas, seguida por una tormenta estruendosa escapando tanto por mi atrás como por mi boca. Podía ver el mivimiento de mis adentros. Lo que más salió fue aire añejo, de insorportable olor. Y cuándo pasó la tempestad, yo no era el mismo.
Mi columna era otra vez flexible, mis brazos parecían dos elásticos. Rejuvenecí en cierta forma.Todas mis preocupaciones se fueron por el excusado. Los días siguientes, cada vez que me sentaba en el baño me salía cal. Pequeñas placas parecidas a las que se acumulan en las calderas con las que solemos hervir agua.
Esta es la anécdota, casi textual, que relató el Dr. Bronfenbrenner durante el recreo de 20 minutos de su clase de química inorgánica en la Universidad Nacional de Tucumán, a mediados de los 50s (del siglo XX). Esto ocurrió durante su viaje de exploración buscando lechos minerales con valor comercial.
Conocí a Klara Lichtenstein Bronfenbrenner, nieta del Dr. Miguel Bronfenbrenner Hochhauser. Ella me mostró los apuntes de clases de su abuelo, de donde copié la historia.
Serie Cuentos Cortos: Aunque Ud. lo crea. 2007
La pava (caldera) ya hirvió, y con su dedo índice doblado como agarrando una tasa invisible, me hizo señas para que tome el preprado. Me ofreció su mano en señal de saludo, y al darle la mía la agarró con sus dos manos. Aún siendo mi mano mucho más grande que la de él, sentí un breve y severo apretón que no pude contrarrestar. Hizo otra vez la seña para que tome la infusión, y se fue.
A los minutos de probarla, tuve que correr al monte para lo que presentía iba a ser una diarrea aturdidora. Grande fue mi sorpresa mientras retorcía cuando, de pronto, escucho un trueno espantoso salir de mis entrañas, seguida por una tormenta estruendosa escapando tanto por mi atrás como por mi boca. Podía ver el mivimiento de mis adentros. Lo que más salió fue aire añejo, de insorportable olor. Y cuándo pasó la tempestad, yo no era el mismo.
Mi columna era otra vez flexible, mis brazos parecían dos elásticos. Rejuvenecí en cierta forma.Todas mis preocupaciones se fueron por el excusado. Los días siguientes, cada vez que me sentaba en el baño me salía cal. Pequeñas placas parecidas a las que se acumulan en las calderas con las que solemos hervir agua.
Esta es la anécdota, casi textual, que relató el Dr. Bronfenbrenner durante el recreo de 20 minutos de su clase de química inorgánica en la Universidad Nacional de Tucumán, a mediados de los 50s (del siglo XX). Esto ocurrió durante su viaje de exploración buscando lechos minerales con valor comercial.
Conocí a Klara Lichtenstein Bronfenbrenner, nieta del Dr. Miguel Bronfenbrenner Hochhauser. Ella me mostró los apuntes de clases de su abuelo, de donde copié la historia.
Serie Cuentos Cortos: Aunque Ud. lo crea. 2007